Si el niño quisiera, podría volar ahora mismito al cielo. Pero por algo no se va.
¡Le gusta tanto echar la cabeza en el pecho de su madre y mirarla y mirarla sin descanso!
El niño vivía en el mundo de la dicha perfecta y no sabía llorar. Pero por algo eligió las lágrimas.
Porque si con su sonrisa se ganaba el corazón de su madre, sus pequeños llantos por cualquier penita le atan un doble lazo de lástima y de amor.
Rabindranath Tagore, 1861-1941
Sé quien eres: el Santo de Dios
Lc 4, 31-37