Muchas veces durante los últimos años he oído decir: ¿Para qué las visitas al Santísimo, si Dios está en todas partes?
Mi respuesta, a veces tácita, es: Ciertamente no saben lo que dicen. No hay duda de que Dios está en todas partes, pero venid y ved (Jn 1, 39) dónde habita el Señor: esta es su casa.
Apelo no a argumentos y discusiones, sino a la experiencia que se vive en esta habitación del Señor. El que tiene experiencia se expresa con inteligencia (Eclo 34, 9). El Maestro está aquí y te llama (Jn 11, 28).
Aquí brota espontáneamente el Señor, enséñanos a orar (Lc 11, 1); explícanos la parábola (Mt 13,36).
Oyendo sus palabras se comprende la expresión del entusiasmo popular: ¡Jamas un hombre ha hablado como este hombre! (Jn 7, 46).
O el de los apóstoles: ¿Adónde vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna (Jn 6, 68).
Y se entiende por experiencia el valor de estar sentado a sus pies escuchando su palabra (Lc 10, 39) (Lc 24, 32).